Soy un adicto a los videoclips. Creo que es lo más parecido al arte que me gustaría ver, pues cuando se hace bien es una propuesta artística, y si acompaña a una canción increíble, habla directamente al alma. Pero, además, es un producto audiovisual masivo y abundante. Es precisamente por eso que constantemente está reinventándose a sí mismo, tratando de innovar con nuevas formas de contar historias, vender imágenes y ensayar técnicas.
Sin embargo, de un tiempo para acá empecé a sentir que la cantidad de videos de calidad se reducía exponencialmente a medida que avanzaba la primera década de este siglo. Mis directores favoritos hacían cada vez menos cosas (por un lado, porque sus tarifas no eran ya asequibles para una industria en decadencia, y por otro, porque cada uno estaba enfocado en empezar una carrera cinematográfica). Es así como empezaron a desaparecer del mapa nombres como
Romanek,
Cunningham,
Sigismondi,
Glazer,
Akerlund, incluso
Jonze o
Gondry, y de repente hubo un par de años donde ningún videoclip me llamó realmente la atención. Alcancé a pensar que mi gusto estaba
chapado a la antigua, y que esa era la razón por la que no disfrutaba la exagerada cantidad de videos
indie de medio peso que habían empezado a aparecer.
Pero desde mediados del año pasado he comenzado a sentirme nuevamente joven. No era yo el que estaba mal, tampoco la industria; ahora siento que era una especie de transición de un lenguaje a otro, donde las ideas y los presupuestos tenían que reconciliarse para así lograr una nueva camada de directores.
Y así fue como conocí a
Chris Milk,
Dougal Wilson,
David O' Reilly,
Romain Gavras,
Kris Moyes y
Patrick Daughters, entre muchos otros, que seguramente se me olvidarán (o todavía no conozco), pero que de nuevo han empezado a construir sobre el ya trajinado discurso de el videoclip.
Entre esos nuevos videos encontré uno en específico, que precisamente fué la inspiración para este artículo.
Dirigido por Nabil Elderkin, creo que es el mejor videoclip que he visto en lo transcurrido de este año.
Es una trampa? Más o menos.
A pesar de ser el mejor videoclip que he visto este año, el hecho de que sea para Kanye West lo vuelve en cierto modo una trampa. Kanye no se puede zafar de trabajar para una disquera gigantesca, de productores idiotas que estoy seguro que lo primero que preguntaron fué:
¿Pero porqué se ve tan pixelado?
Entonces la disquera lo obligó a abandonarlo y rehacer el video, al igual que pasó con el video de
Flashing Lights, por el cual pasó incluso la mano de Martin de Thurah, hasta que la
tercera versión fuera dirigida por Spike Jonze.
Es el mejor video que he visto este año, y por lo tanto lo posteo, pero no digan después que no se les advirtió. La industria es el demonio.