Dentro de todas las
recomendaciones del denominado género de
fantasmas, Ju-On sería una de las sagas que tendría menos misericordia con el
espectador. Un breve intro expone los asesinatos de una típica familia (incluido
el gato) aparentemente por un psicótico padre. El texto inicial ya nos va
deparando el terreno de juego: a veces la muerte violenta de algún ser, produce
una ira tan grande que su energía queda dispersa para cobrar venganza sobre los
demás. En Ju-On no hay escapatoria. Una
nueva familia que empieza a habitar en la casa va teniendo una experiencia
maldita con estos fantasmas. No hay tanta complejidad en la historia. El director
Takashi Shimizu se dedica
exclusivamente a diseñar en cada escena, sensaciones de malestar, casi que se
burla de sus protagonistas que están condenados, el dilema es saber como morirán.
Este podría decirse que es uno de los fantasmas vengativos (también conocidos
como Onryō) más cercanos al tradicional teatro Kabuki. Es espantoso y produce
un horrendo sonido que le pone a uno la piel de gallina. La primera vez que la
vi con un grupo de amigos, quedé helado. Ese día llegué a casa y no dejaba de
prender las luces mientras avanzaba. Esa noche ocurrió lo que hace mucho no
lograba producirme una película de terror: dormir con la luz encendida. No dormí
muy bien. La película había cumplido completamente con sus expectativas. Ju-On
es una película que logra esas secuelas de malestar, una perturbación venenosa,
como una especie de dolor de cuello cuando se duerme mal. Y cuando una película
de terror logra ese tipo de inquietudes es porque es efectiva. Niños fantasma,
presencias que salen de la cama, esta película es 100% terror en su totalidad. Es incómoda, le congela a uno la sangre,
sobretodo en esos momentos cuando los fantasmas lo miran a uno directamente a la pantalla y parece
que se fueran a salir. De esas películas que solo se ven una vez porque dejan
un horrible sabor.
sábado, 4 de octubre de 2014
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