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Tricky, para todos aquellos que no lo sepan, es uno de los músicos y productores más importantes de la música inglesa desde hace más de 20 años, símbolo de su ciudad Bristol y prueba viva del poder sanador de la música, que lo salvó de ser un delincuente más, como lo hemos visto pasar en muchos casos acá mismo en nuestro país, en barrios marginales de Bogotá y Medellín o en municipios lejanos y empobrecidos de todo el país. Habiendo trabajado con Massive Attack en su primera grabación, es considerado uno de los creadores del trip hop y dio vida a un sonido propio que se caracteriza por su honestidad, ruidosa en ocasiones y por su oscuridad, que está en sus sonidos, en sus letras, su forma de componer, y en su voz rasposa y ronca que cada vez oímos menos en sus discos. Es un productor prolífico y una de las figuras más conocidas por la escena alternativa local desde el día en que los que tuvimos la dicha de ser adolescentes en los noventa vimos gracias a MTV los videos de Ponderosa y Black Steel, los dos singles más conocidos de su primer disco Maxinquaye. Entenderán entonces que tenerlo por fin en Bogotá no era cualquier cosa.
De la agrupación bogotana Nawal, la banda telonera, solo quiero decir que me aburre mucho y que por eso no les quiero dedicar más que esta línea y media. Cuando empezó el concierto arrancó con la misma euforia de siempre, y al cabo de unas tres canciones me asomé a mirar por fin a Tricky y a su banda. Lo que vi no dista mucho de los conciertos de Charly García o Diomedes Díaz: Tricky brincaba agarrado del micrófono y movía su cabeza, incapaz de hacer nada más, de decir nada más. Así siguió un tiempo, apenas diciendo “thank you very much”, pegándose en el pecho con el micrófono y dando el tiempo de los arranques y los silencios a su banda. Es cierto que Tricky hace rato no canta en sus discos, y se ha dedicado a buscar otras voces, lo que en sus discos da vida a una sensación muy bonita y compleja de posibilidades sonoras, pero en este caso estamos hablando de un concierto, y la responsabilidad del front man es la de conducir el espectáculo, al frente de su banda; no basta con ser el cerebro, no basta con ser la cara.
Pasado un tiempo ya era notoria la falta que hacía el hombre que habíamos venido a ver, y muchos de los que estaban conmigo sintieron esa primera ola de frustración. La banda seguía haciendo lo suyo, y lo hacía bien, en especial la cantante, pero los loops estaban pregrabados y no tenían arreglo alguno, Así que no solo en el micrófono se hizo evidente la ausencia del cerebro de la banda que simplemente no se oía por ningún lado.
El asunto se tornó ridículo al final, cuando Tricky decidió dejar botada a su banda y bajar a departir alegremente con el público. Creí que todos se iban a sentir tan ofendidos como yo, porque el papel de Tricky de ninguna manera consistía en venir a tomarse una cerveza conmigo ni con nadie y más bien se trataba de verlo a él en la tarima haciendo lo que sabe hacer tan bien, o al menos hacer algo. Estaba rotundamente equivocado. La mayoría de la gente, feliz, lo perseguía buscando tomarle una foto, besarlo, abrazarlo o darle algo de tomar, qué se yo. En el colmo de la decepción, empecé a gritarle que dejara de robarnos, que ya teníamos a Diomedes Díaz para que nos estafara y que esto era una falta de respeto. Obviamente no me oyó, y no estoy especialmente orgulloso de haberlo hecho, pero lo haría mil veces más, porque nuestra parte como público en el negocio de la música consiste en exigir una mejor calidad por parte de los artistas, y no conformarnos con la mediocridad de tantos ídolos de barro. Es una falta de respeto que el público no oiga a los músicos a los que va a ver y que en cambio los contemple como si fueran la verdad revelada mientras ellos, en nombre de su propia fama pasan por encima de la gente que los ha puesto donde están. Esa actitud solamente adormece a las personas, artistas y público por igual, esa actitud solamente genera más mediocridad y peores productos.
Existen muchas posibilidades en cuanto a la planeación creativa de un concierto, muchas de ellas dispuestas a sacar del cuadro a un cerebro que no quiera figurar, como podría pasar con Tricky, que es dado a huír de los reflectores. Entiendo que la idea no es decirle a nadie, y menos a él qué es lo que tiene que hacer, pero ya es hora de que entendamos la creatividad y el talento como virtudes que acarrean consigo una responsabilidad y podamos distinguir un buen concierto de uno malo, sin importar que la persona en cuestión sea nuestro ídolo.
Muchos dijeron al otro día que quienes nos quejábamos no sabíamos a qué habíamos ido, que nunca habíamos oído Tricky y que esperábamos una fiesta electrónica o un señor que con magnífica voz nos cantara otra cosa, pero no es cierto. Es posible también que se justifique a Tricky diciendo que él es así, que lo que está haciendo es intencional y que lo que en realidad busca es cuestionar la naturaleza del concierto, pero de ser esa la idea, nadie la entendió así y en ese sentido también estuvo mal desarrollada. Por otro lado hubo quien dijo que Tricky, siendo quien es, tiene derecho a hacer lo que se le dé la gana y eso es cierto en términos de derecho, pero no deja de ser una desfachatez por parte de un artista y un signo de servilismo e ingenuidad por parte de la gente que al parecer ama los conciertos pero no da un peso por la música.
Quiero aclarar, porque no sobra, que de ninguna manera esto es un llamado a la sobriedad de los artistas. No creo que el problema sea la droga y siempre he defendido el derecho de la gente a hacer lo que le de la gana, sin importar las consecuencias en su cuerpo o lo aburridos que se vuelvan en las fiestas. La música moderna se hizo lo que es en gran parte gracias a la droga y el alcohol y no hay nadie más sospechoso que quien nunca se toma un trago o no ha metido nada en su vida, pero siempre hay que recordar que la música, que es un lenguaje universal, un vínculo entre las personas y una fuente inagotable de placer mental y sensorial siempre debe estar por encima de todo y en este caso pasó todo lo contrario.
Por eso este es un llamado a hacer respetar nuestro papel como audiencia haciendo lo que nos corresponde, que es poner atención y no apreciar las cosas dándolas por sentadas. Tricky en realidad es una mínima parte de esta reflexión, porque podría tratarse de cualquier ídolo y porque de hecho pasa permanentemente. Estamos tan poco acostumbrados a que nos visiten y en cambio es tan habitual que nos inflen a ídolos gastados o mediocres con todo tipo de campañas publicitarias y entrevistas insípidas, tenemos tanto miedo de que si nos disgusta lo poco que nos dan no nos vuelvan a dar nada, que agradecemos cualquier cosa que nos boten y no es justo con nosotros pero lo es menos con la música, que todos dicen amar pero nadie está escuchando. Esto a Tricky no tiene por qué importarle, nos tiene que importar a nosotros.
Escrito por Santiago Rivas.